miércoles, 27 de julio de 2011

Movimiento



Hoy es un día mágico.

Cada uno de tus pasos, están marcados por la buena suerte.

Nada te molesta, nada te preocupa.

Todo te sale bien. Todo te va a salir bien.

Escucha el murmullo de la gente en la calle.

El canto del pájaro.

Todo es perfecto.

Justo aquí y ahora.

Observa tu mente. Sin más.

Oye tu respiración.

Siente tu cuerpo.

Descálzate y pon tus pies de puntillas en el suelo.

Cierra los ojos y respira profundamente tres veces.

En donde te encuentras, comienza a balancear tu cuerpo de atrás hacia delante.
Lentamente.

Poco a poco, haz que el balanceo sean círculos.

Primero hacía un lado, luego hacía el otro.

Disfruta de la sensación, mientras respiras tranquilamente.

Después, muévete de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda.

Siente el movimiento.

Estás aquí, disfrutando del momento.

La vida es maravillosa.

Hoy es un día mágico.

Respira profundamente una vez.

Abre los ojos.



miércoles, 20 de julio de 2011

“Que pena da, ponerse viejo”



Ayer observé la siguiente escena:

Un hombre de más de 70 años, le ofrecía el asiento a una mujer de edad similar.


Ella, declinó la invitación, pero el señor se levantó de todas formas:


- Ya me iba – Le dijo.


Mientras la mujer, se sentaba en la silla, con algo de dificultad, le decía al hombre:


- Qué pena da, ponerse viejo.


- Es cierto – Respondió él – Con lo bien que estábamos antes…

Así, que me hice la pregunta: ¿Da pena ponerse viejo? ¿De verdad?

Pensé durante un rato, y me di cuenta, de que no estaban tristes por ser viejos, sino por sentirse enfermos (la mujer venía de una revisión médica).

En una ocasión, mi abuelo ya muy mayor y enfermo, dijo malhumorado:

- No habría que llegar a esta situación…

Apenas podía andar, y a pesar de haber sido siempre una persona calmada y minuciosa, ese día, perdió los nervios al verse dependiente.

Su mujer (mi abuela), sabía de forma intuitiva, que terminaría en una silla de ruedas… y así fue. Y aunque era una mujer fuerte, pasó varios meses triste y sin ganas de nada (ni siquiera comía por sí misma, aunque podía hacerlo).

Depender de algo o de alguien, nos limita. Pero, solo si nosotros así lo queremos.


Cuando mi cuerpo dejó de ser el que era, y ya no podía ponerme sola los zapatos y los calcetines (porque no llegaba), tuve que aprender a depender de mi familia. A veces, no era sencillo, porque no hacer algo que antes era tan fácil, me enfadaba o me ponía triste.

No somos un cuerpo físico solamente. Somos mucho más que eso. Eres mucho más que eso.

La mayoría de las personas, viven sin hacer caso a su cuerpo o dolencias, cuando son jóvenes. Hasta que una simple acción, como cortarse las uñas de los pies, les cuesta mucho o no pueden hacerla. Entonces, se lamentan y se ven viejos y dependientes. Huraños, repiten como un hábito: “Que pena da, ponerse viejo”…

Pero… ¡Qué alegría da, estar vivo!...

Hay muchas formas de no sentirse viejo o “incapaz”, y de solventar las limitaciones que nos hacen depender de otros.

Existen muchos artilugios que ayudan a las personas con alguna limitación, a tener una vida menos dependiente (aparatos para ponerse los calcetines, recoger algo del suelo sin agacharse, tijeras de mango largo, calzadores largos…).

Con solo esos gestos, la autoestima de esa persona, subirá. Y si además, los acompañamos con un cambio de mente, podremos ser mucho más felices.

Si eres una persona mayor, piensa… ¿te sientes viejo? ¿Te duele algo? ¿Deseas volver a ser joven? Si tus respuestas son afirmativas, comienza a intentar cambiarlas:

* Deja de sentirte viejo. No eres tu cuerpo ni tu edad física. Sigues siendo ese niño que jugaba sin descanso.

* Pon los remedios para que tu dolor sea más llevadero: un cambio de actitud ante ese dolor crónico o molestia crónica, puede ayudarte. En vez de pensar o hablar en negativo, hazlo de modo positivo y constructivo. Y si tienes que sentarte a cada rato, hazlo. Dale a tu cuerpo, lo que necesita.

* Acéptate como eres ahora. Tener la edad que tienes, tiene muchas ventajas. Analizaras. Obtén lo positivo de ser una persona mayor. ¿Volver a ser joven? ¿Para qué? Si el pasado ya pasó y ya lo viviste. Estás aquí y ahora, y mientras te lamentas por no ser otra persona, se te escapan experiencias maravillosas.

Y si eres una persona joven, piensa que puedes hacer para comenzar a cambiar, desde ya. No te esperes a que surjan las limitaciones o las dolencias. Comienza a aceptarlas ya (aunque aún no las tengas) y pon los remedios desde ahora, para que no sean un cambio brusco en tu vida.

En definitiva, acéptate en cada momento de tu vida.

Este momento es único e irrepetible… ¿Te lo vas a perder?

miércoles, 13 de julio de 2011

Visualización en la luz





Cierra los ojos y respira profundamente tres veces.

Visualízate tumbado en tu cama, boca arriba y con los brazos estirados a lo largo del cuerpo.

Obsérvate detenidamente muy despacio, y localiza los puntos que están en tensión.


Comienza por los pies, y ve subiendo: rodillas, caderas, manos, codos, pecho, hombros, cuello, mandíbula, cabeza.

Cuando estés tranquila, respira profundamente una vez.

Imagina que te levantas, te giras y te ves a ti mismo tendido en la cama.

Te sientes ligera y sin preocupaciones.

Dirígete a la puerta de tu cuarto.

Observa como debajo de la puerta, entra un haz de luz muy blanca.

Abre la puerta.

Siente todo el calor y la paz que te trasmite esa luz.

Al principio, te cuesta tener los ojos abiertos, pero poco a poco, vas viendo lo que hay al otro lado de la puerta.

Delante de ti, hay una persona mayor de tu mismo sexo, sentada en un banco.

La miras y asiente.

Está muy serena y te sonríe con cariño.

Acércate a esa persona y siéntate con ella en el banco.

A su lado, tienes mucha calma y te sientes feliz.

Parece que el tiempo se hubiera detenido.

Respira una vez.

Disfruta de la sensación.

En un determinado momento, la persona mayor, te coge de la mano.

Notas el tacto de las arrugas de las manos.

Te sientes protegida.

Levanta la mirada y observa a tu acompañante.

Su rostro te es familiar.

Míralo más de cerca.

Descubres que eres tú misma, dentro de unas miles de horas.

Cierra los ojos.

La persona mayor, te toca la cabeza con dulzura y mimos.

Todo está bien”, te susurra, “Todo va a salir bien”.

Ella lo sabe. Eres tú.

Sonríes y le das las gracias.

Te despides con un beso en la mejilla y regresas a la puerta, que sigue delante de ti abierta.

Entras en el cuarto, cierras la puerta y vuelves a tumbarte en la cama, encima de ti misma.

Sientes un ligero cosquilleo.

Respira profundamente una vez.

Abre los ojos.


Bienvenido a tu presente.


miércoles, 6 de julio de 2011

Déjate llevar

Todo es un ciclo.

Sin la vida, no existiría la muerte. Y sin la muerte, no existiría la vida.

Nosotros formamos parte de ese ciclo mágico.


La vida y la muerte son sencillas.

Somos nosotros, los que las hacemos complicadas.


Si quieres que todo sea más fácil, déjate llevar.

Esto vale tanto para la vida, como para la muerte.

En el proceso de la muerte o del duelo, hay cinco etapas por las que solemos pasar todos, señaladas por la médico psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross (Negación, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación), que se pueden adaptar a la vida y a los acontecimientos difíciles por los que transitamos, como por ejemplo la aparición de una enfermedad o algo tan cotidiano como hacer cola en una tienda:

1. Negación. En esta etapa negamos lo que nos está pasando a nosotros o a algún ser querido.

En los ejemplos:

Al conocer el diagnóstico del médico: “No es posible que mi hija esté enferma”.

Nada más llegar al banco y ver la cola: “Tengo mucha prisa, no puedo creer que haya tanta cola”.

2. Ira. Nos enfadamos con todo y con todos. Dejamos de negar lo que está pasando, para sentirnos irritados y alterados.

“¿Por qué nos tiene que pasar todo lo malo a nosotros? La vida es injusta. Mi hija es tan pequeña…”.


“Serán incompetentes los del banco. Vaya forma de trabajar”.

3. Negociación. En esta etapa, intentamos que no ocurra lo inevitable, negociando con los médicos o con nosotros mismos, para alargar la situación que no queremos que se produzca. Aquí comenzamos a aceptar lo que va a ocurrir, pero no deseamos que sea pronto.

“¿Puede hacer que mi hija no esté enferma, doctor? Haré lo que usted me diga. Cualquier cosa”.


“Tengo mucha prisa, no puedo esperar tanto rato en la cola, ¿podría dejarme pasar delante de usted?”.

4. Depresión. En la cuarta etapa, la pena nos invade. No deseamos ver a nadie, y dejamos de hablar y de comunicar nuestros sentimientos a los más cercanos.

“No quiero saber nada de médicos, hospitales o enfermedades. Dejadme solo”.


“Vaya. Y ahora no llegaré a tiempo a mi cita. Que decepción”.

5. Aceptación. Por último, aceptamos nuestra situación y comprendemos que lo que nos está pasando va a ocurrir. En este punto, nos dejamos llevar por los acontecimientos, sin luchas y sin miedos.

“Mi hija aprenderá a vivir con esa enfermedad. Podemos ayudarla”.


“En fin. Parece que voy a perder una hora haciendo cola… Voy a llamar por teléfono mientras tanto”.

Todas estas etapas, pueden pasar despacio o rápido. Está en función de cómo nosotros afrontemos los acontecimientos. A veces, hay situaciones en el día a día, que serían más sencillas sin las aceptáramos y dejáramos de luchar desde el principio (como en el ejemplo de la cola del banco: Al final aceptamos que tendremos que hacer cola y olvidamos el enfado o la decepción).

Intenta llegar a la última etapa, lo antes posible en tus tareas cotidianas y todo será más sencillo.

No te impacientes.

Déjate llevar.