Ayer observé la siguiente escena:
Un hombre de más de 70 años, le ofrecía el asiento a una mujer de edad similar.
Ella, declinó la invitación, pero el señor se levantó de todas formas:
- Ya me iba – Le dijo.
Mientras la mujer, se sentaba en la silla, con algo de dificultad, le decía al hombre:
- Qué pena da, ponerse viejo.
- Es cierto – Respondió él – Con lo bien que estábamos antes…
Así, que me hice la pregunta: ¿Da pena ponerse viejo? ¿De verdad?
Pensé durante un rato, y me di cuenta, de que no estaban tristes por ser viejos, sino por sentirse enfermos (la mujer venía de una revisión médica).
En una ocasión, mi abuelo ya muy mayor y enfermo, dijo malhumorado:
- No habría que llegar a esta situación…
Apenas podía andar, y a pesar de haber sido siempre una persona calmada y minuciosa, ese día, perdió los nervios al verse dependiente.
Su mujer (mi abuela), sabía de forma intuitiva, que terminaría en una silla de ruedas… y así fue. Y aunque era una mujer fuerte, pasó varios meses triste y sin ganas de nada (ni siquiera comía por sí misma, aunque podía hacerlo).
Depender de algo o de alguien, nos limita. Pero, solo si nosotros así lo queremos.
Cuando mi cuerpo dejó de ser el que era, y ya no podía ponerme sola los zapatos y los calcetines (porque no llegaba), tuve que aprender a depender de mi familia. A veces, no era sencillo, porque no hacer algo que antes era tan fácil, me enfadaba o me ponía triste.
No somos un cuerpo físico solamente. Somos mucho más que eso. Eres mucho más que eso.
La mayoría de las personas, viven sin hacer caso a su cuerpo o dolencias, cuando son jóvenes. Hasta que una simple acción, como cortarse las uñas de los pies, les cuesta mucho o no pueden hacerla. Entonces, se lamentan y se ven viejos y dependientes. Huraños, repiten como un hábito: “Que pena da, ponerse viejo”…
Pero… ¡Qué alegría da, estar vivo!...
Hay muchas formas de no sentirse viejo o “incapaz”, y de solventar las limitaciones que nos hacen depender de otros.
Existen muchos artilugios que ayudan a las personas con alguna limitación, a tener una vida menos dependiente (aparatos para ponerse los calcetines, recoger algo del suelo sin agacharse, tijeras de mango largo, calzadores largos…).
Con solo esos gestos, la autoestima de esa persona, subirá. Y si además, los acompañamos con un cambio de mente, podremos ser mucho más felices.
Si eres una persona mayor, piensa…
¿te sientes viejo? ¿Te duele algo? ¿Deseas volver a ser joven? Si tus respuestas son afirmativas, comienza a intentar cambiarlas:
* Deja de sentirte viejo. No eres tu cuerpo ni tu edad física. Sigues siendo ese niño que jugaba sin descanso.
* Pon los remedios para que tu dolor sea más llevadero: un cambio de actitud ante ese dolor crónico o molestia crónica, puede ayudarte. En vez de pensar o hablar en negativo, hazlo de modo positivo y constructivo. Y si tienes que sentarte a cada rato, hazlo. Dale a tu cuerpo, lo que necesita.
* Acéptate como eres ahora. Tener la edad que tienes, tiene muchas ventajas. Analizaras. Obtén lo positivo de ser una persona mayor. ¿Volver a ser joven? ¿Para qué? Si el pasado ya pasó y ya lo viviste. Estás aquí y ahora, y mientras te lamentas por no ser otra persona, se te escapan experiencias maravillosas.
Y
si eres una persona joven, piensa que puedes hacer para comenzar a cambiar, desde ya. No te esperes a que surjan las limitaciones o las dolencias. Comienza a aceptarlas ya (aunque aún no las tengas) y pon los remedios desde ahora, para que no sean un cambio brusco en tu vida.
En definitiva, acéptate en cada momento de tu vida.
Este momento es único e irrepetible… ¿Te lo vas a perder?