miércoles, 23 de abril de 2014

“Los últimos seres de la tierra”

Corría deprisa entre la gente.
Su mirada pérdida denotaba que algo no muy bueno le había ocurrido.
Quien se cruzaba con él, se podía imaginar que acudía a un velatorio de algún familiar cercano, o quizás al hospital más próximo.
Sus facciones no daban lugar a dudas: era una persona triste.
Cuando por fin llegó a su destino, el que tanto corría sin hacer caso omiso a nada ni a nadie, se detuvo en seco en la puerta de un gran edificio.
Arriba de la entrada se podía leer en letras grandes y llamativas: Martínez e hijos.
El hombre agachó la cabeza, tragó saliva y entró con poca decisión en el portal.
Allí, un señor de unos setenta años, le saludó sin mucha efusividad.
- Buenas madrugadas – Le dijo – Ya llega tarde. Están todos arriba.
El chico triste, volvió a tragar saliva y asintió levemente.
Cogió el ascensor más cercano a las escaleras y se dejó caer en el cristal.
Era un día duro. Su rostro seguía triste, pero poco a poco, fue tornándose diferente… Una gran sonrisa forzada inundó su cara de alegría fingida.
- Muy buenos días – Expresó nada más llegar al octavo piso – Creo que hoy es el mejor día del mundo.
Con la voz en falsete, el hombre se arrastró con la cabeza gacha hacía el despacho de su jefe.
- Papá – Comenzó a decir el joven – Hoy me voy. He venido temprano para avisarte y no dejarte las cosas sin resolver.
El padre lo miró sin expresión alguna y le ordenó con un gesto, que se sentará junto a los demás empleados.
- La vida se nos está yendo de las manos – Continuó el hombre de negocios – Hay que darle un vuelco a nuestros objetivos. Hay que ser más listos que los demás.
El chico levantó la mano en un intento de que le hicieran caso.
- ¡Eso es exactamente lo que yo digo! – Gritó – Hoy me voy – Volvió a decir.
Nadie le hizo caso.
El ambiente gris que asfixiaba el lugar, era cada vez más palpable.
Nadie dejaba de sonreír con las ganas de un animal recién apresado. Entonces ocurrió.
Detrás de la ventana doble que debía iluminar la habitación, si hubiera sido más de día fuera, cientos de pájaros se golpearon una y otra vez.
Nadie hizo caso.
Solo el chico con cara triste, decidió decir de nuevo algo:
- Es el fin del mundo – Señaló con fuerza – Hoy nos vamos todos.
Esta vez una mujer mayor, lo miró y asintió.
- Ya todo se acaba – Dijo la mujer – Y aquí estamos nosotros como si fueranos a vivir cien años – Dio la impresión de que sonreía – No es momento de reuniones señores… Hoy nos vamos todos.
Sin miedo al final, el hombre que tanto había corrido para llegar a su lugar de trabajo, se desprendió de la corbata y se sentó desganadamente en una de las sillas con ruedas de la estancia.
- Por fin sabremos que hay al otro lado – Dijo.
Su padre continuó la charla sin pestañear.
- Somos los líderes del sector y nada nos puede parar – Enunció – Ni siquiera el fin del mundo.
Todos se miraron entre sí y casi todos aceptaron las palabras del jefe.
La mujer que había hablado se levantó y se dirigió al lado del hombre de negocios. Tocándole el brazo dijo:
- Déjalo cariño – Suspiró – Tu hijo lleva razón. Ya no habrá mañana y nada de esto tiene sentido. Vayamos a casa y terminemos de forma más humana.
El chico sonrió, esta vez de verdad, y abrazó a su madre.
- Creía que era el único que se daba cuenta del final – Dijo – Menos mal que tú también comprendes las cosas.
La madre asintió, agarró la mano de su hijo y salieron de la amplia habitación.
Ya en la calle, todo estaba en su lugar. Nadie parecía haberse percatado del fin. Ruido de coches, autobuses llenos de gente… Todo era un caos propio del fin del mundo…
A pesar de todo, solo la madre y el hijo iban hacía su casa, con las manos entrelazadas y con una expresión de paz en el rostro.
- Mamá – Dijo el joven - ¿Por qué hoy sí te has venido conmigo?
El chico parecía sorprendido.
- Es la primera vez que te creo – Le dijo la madre – Aunque llevas haciendo esto todas las semanas desde hace veinte años, hoy me he dado cuenta de que los locos son ellos.
El joven sonrió.
- Mamá – Susurró - ¿Vendrás conmigo la semana que viene para convencerles?
La mujer seria pero tranquila, afirmó:
- No solo vendré contigo hijo – Hizo una pausa – Sino que todo cobrará sentido para tu padre y hermanos. Tienen que despertar y darse cuenta del error en el que viven…
Caminaban tan despacio que parecían hacerlo a cámara lenta.
Como si de una película se tratara, la muchedumbre casi los atravesaba sin reparo.
- Ya somos de nuevo invisibles – Dijo el joven – Chocan con nosotros y ni nos miran.
- Vaya… Lo siento por todos – Expresó la madre – Parece que seremos los únicos en el fin del mundo conscientes de los acontecimientos.
Apretó con fuerza la mano de su hijo y continuaron caminando entre la gente, convencidos de que lo importante estaba junto a ellos. Se miraron y aceptaron ser los últimos seres de la tierra. Ese era su final. Y estaban conscientes.
Felices, se abrazaron y se dejaron caer en un banco de la calle.
Una pareja de ancianos, pasó despacio cerca de ellos y los miraron:
- Mira – Dijo el hombre mayor – Ahí están otra vez esos pordioseros.
- No les llames así – Le regañó la anciana – Seguro que saben más que muchos de nosotros. Dales ya la limosna para el café y vámonos a casa.
La madre y el hijo, agradecieron el gesto, no sin antes anunciarles el fin:
- Es el final para todos – Dijeron al unísono – Quiéranse hoy. Dense abrazos. Llamen a sus hijos. Sonrían. Bailen. Caminen con felicidad. Hoy es el fin del mundo. Avisados quedan.


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